Antifujimorismo
Siempre me parecieron vanos los intentos de opinólogos como Víctor Andrés Ponce o Carlos Meléndez de convencernos de que el escenario político peruano estaba definido por la antinomia fujimorismo – antifujimorismo. La caída estrepitosa de Fuerza Popular muestra cuan falsa resultó la idea que intentaron vendernos.
[Mi hipótesis es que la creación y fundamentación de un “anti” era necesario para justificar la necesidad del fujimorismo. Autodenominándose “librepensador” o “académico”, estos autores intentaban darse un aire de neutralidad, pero en realidad fungían como ideólogos intentando construir una narrativa política –incluso una épica- para el fujimorismo].
Dichos intentos mostraban al supuesto “antifujimorismo” como una corriente orgánica, es decir, como una bien coordinada confluencia de partidos de izquierda, dueños de medios de comunicación, columnistas, organizaciones y colectivos sociales, entre otros actores; todos ellos con una enorme capacidad de convencimiento de grandes sectores de la población, lo que explicaría el rechazo a las enormes bondades del fujimorismo. Cualquier analista serio sabe que esto solo se encuentra en los delirios de Ponce o en los disfuerzos de Meléndez.
En mi opinión, la futilidad de estos intentos radica en el sobredimensionamiento del término. El antifujimorismo existe pero resulta mejor calificarlo como una “minoría activa”, es decir, pequeños grupos de activistas cuya identidad y discurso se plantean como oposición absoluta a cualquier expresión política liderada por los Fujimori. “Fujimori nunca más” y “No a Keiko” son tal vez los colectivos más conocidos, y muy activos en las calles y en redes sociales.
Pero la oposición o las críticas al fujimorismo van mucho más allá de estos grupos, y no creo que se pueda meter a un universo más amplio y diverso dentro de esta categoría. Para poner un ejemplo personal, en algunos grupos de chat con personas cercanas encuentro hoy opiniones muy críticas sobre Keiko Fujimori y Fuerza Popular, que provienen de personas que no solo votaron por ella el 2011, sino que la defendieron ardorosamente en dicha elección. Me resulta en extremo difícil llamarlas antifujimoristas. Más aún, no me resultaría extraño que, pese a su actual opinión, algunos de ellos en el futuro voten nuevamente por el fujimorismo o por alguna opción parecida.
Lo que Fuerza Popular no entendió nunca es que la aprobación mayoritaria de la que gozaron por años podía diluirse muy rápidamente porque las lealtades políticas son frágiles y ninguna organización política puede sentirse “dueña” de un sector del electorado. En tal sentido, el fujimorismo repite los errores que, en su momento, cometieron la izquierda e incluso el APRA. El nivel de apoyo electoral nunca será fijo, y mantenerlo dependerá de las acciones y opciones que adopten las organizaciones políticas. Así, lo que fue visto como positivo en su momento, no lo es ya, menos aún después de haberse expuesto tan descarnadamente la miseria ética de Fuerza Popular y sus líderes.
El activismo antifujimorista logró, en los dos últimos procesos electorales, un importante despliegue que le permitió conectar con un sentir ciudadano. Entiendo que esta coincidencia se basó sobre determinados valores o principios que terminaban ubicándose en oposición a lo que fujimorismo representaba. Sería exagerado afirmar, solo a partir de estos hechos, la existencia en el país de una suerte de “masa cívica republicana”. Si bien son valores presentes en la cultura política de sectores de la población, no hay que olvidar que estos mismos electores se mueven con naturalidad en el ambiente de la informalidad. En este gran espacio social existen, por tanto, posibilidades tanto para un crecimiento de la conciencia democrática como para una dinámica que vaya en sentido contrario. Este es, tal vez, el verdadero dilema político de nuestro tiempo.
Twitter: @RivasJairo