Discursos heroicos
Crecemos rodeados de discursos sobre héroes. Los textos escolares, las innumerables menciones en ceremonias de todo tipo, las imágenes que se propalan en forma incesante por todos los medios posibles, la exaltación de determinados personajes… todas estas situaciones, sin duda, han contribuido a una suerte de valoración positiva del heroísmo en nuestra historia nacional.
El adjetivo “héroe” también es aplicado como regla general a los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional que se enfrentaron a las organizaciones subversivas, principales responsables de la violencia que sufrimos en las últimas dos décadas del siglo pasado. En otro artículo he explicado cómo esta forma de razonamiento es funcional a la postura negacionista que intenta imponerse en nuestra sociedad.
Pero un discurso de exaltación del heroísmo me resulta especialmente difícil de encajar. La explicación la encontré en “Frente al límite” (México. Sigo XXI, 1993), texto en el que el filósofo Tzvetan Todorov realiza una profunda reflexión sobre las posibilidades de la acción moral en situaciones límites, como los campos de concentración de la Alemania nazi o de la Rusia estalinista.
Todorov distingue las “virtudes heroicas” de las “virtudes cotidianas”. Define a las primeras como la fidelidad a un ideal, a una medida tal que puede implicar el sacrificio de la propia vida. Las personas concretas no son consideradas en la acción excepcional del héroe, pues este solo se fija en abstracciones (la patria, la fe, la libertad…) Por el contrario, las segundas no buscan un fin último y trascendente, sino que se orientan hacia personas concretas: uno mismo, otra persona, un conjunto identificado de personas.
Pero, frente al horror deshumanizante de los campos de concentración, Todorov no se limita a reconocer la distinción enunciada en el párrafo anterior, sino que las valora del siguiente modo:
“… las virtudes heroicas clásicas (poder, valor, lealtad, etc.) pueden resultar indispensables en caso de crisis grave, de combate a vida o muerte, de revuelta o de guerra… Pero incluso en estas circunstancias extremas, el heroísmo es fácilmente pervertible cuando se olvida que los actos heroicos deben tener por destinatarios a los hombres y no cumplirse por el propio heroísmo… Fuera de estas situaciones extremas, el heroísmo clásico no tiene justificación, en ningún caso, en los estados democráticos modernos” (p. 114; el subrayado es mío).
Y por eso Todorov resalta sobre todo a las otras:
“Las virtudes cotidianas (dignidad, cuidado por los demás, actividad del espíritu) son, asimismo, apropiadas en tiempos de paz. Pero, por supuesto, no son desplazadas en tiempos de guerra o de aflicción – como lo testimonian todos los ejemplos relativos a la vida de los campos – [y agrego, las innumerables historias de las víctimas de la violencia política en el Perú], si se quiere no sólo alcanzar la victoria sino seguir siendo también seres humanos” (p. 115).
La desconfianza hacia la exaltación del heroísmo ha sido muy bien reflejada por José Carlos Agüero, en su libro “Persona” (Lima, Fondo de Cultura Económica, 2017, p. 135):
“¿Se trata de cambiar héroes militares por héroes civiles? ¿Se tratará de buscar héroes propios para sustituir a los ajenos? Más bien, ¿no se tratará de prescindir de todo discurso heroico?
La narrativa heroica es épica, es fiera, militar, patria, “macha”. Su matriz es violenta, no sus detalles, no solo sus accidentes. Articula su explicación del mundo a partir de grandes eventos, hitos, personajes, héroes de leyendas, fatalidades o dramas míticos. Este tipo de discurso ¿a quiénes oculta?, ¿qué deja fuera?
A nosotros.
A nosotras.
Las ordinarias, las comunes, las mujeres sobre todo.
A nosotras las que no aparecemos en la primera página de la lírica ni el primer plano de la escena.
La historia construida a partir de grandes hitos oculta los procesos lentos pero fundamentales, pequeños, de la cotidianidad.
Una historia sin héroes es una historia de personas. Llena de errores, luchas, resistencias, culpas y tensiones. De imperfectos”.
No niego la presencia del heroísmo en nuestra particular historia de violencia. Pero acaso mi mirada es especialmente sensible a quienes, desde lo cotidiano, supieron conducirse con una humanidad que parecía extinguida en medio del horror. A estas personas se refirió Salomón Lerner cuando le tocó entregar el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación:
“Empecé afirmando que en este informe se habla de vergüenza y de deshonra. Debo añadir, sin embargo, que en sus páginas se recoge también el testimonio de numerosos actos de coraje, gestos de desprendimiento, signos de dignidad intacta que nos demuestran que el ser humano es esencialmente digno y magnánimo. Ahí se encuentran quienes no renunciaron a la autoridad y la responsabilidad que sus vecinos les confiaron; ahí se encuentran quienes desafiaron el abandono para defender a sus familias convirtiendo en arma sus herramientas de trabajo; ahí se encuentran quienes pusieron su suerte al lado de los que sufrían prisión injusta; ahí se encuentran los que asumieron su deber de defender al país sin traicionar la ley; ahí se encuentran quienes enfrentaron el desarraigo para defender la vida. Ahí se encuentran: en el centro de nuestro recuerdo”.
Allí estuvieron. Y aquí siguen.
Twitter: @RivasJairo