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Un espacio para la reflexión y la memoria

Publicado: 2018-05-20

Publiqué esta columna el 18 de diciembre de 2009, dos días después de la ceremonia en la que la Municipalidad de Miraflores entregara al Estado peruano el terreno sobre el que posteriormente se construiría el Lugar de la Memoria (LUM). La publico nuevamente porque varias de mis impresiones de aquel días siguen siendo vigentes en momentos en que el LUM se encuentra amenazado por una prepotente amenaza negacionista.

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El día miércoles 16, la Municipalidad de Miraflores entregó al Estado peruano un terreno de más de 8 mil metros cuadrados en los que se construirá próximamente el Museo de la Memoria. Las críticas de quienes se oponen a este proyecto han quedado absolutamente fuera de lugar luego de la contundencia de esta ceremonia y de lo que allí se dijo. Comparto en estas líneas algunas impresiones de este importante evento.

Un espacio de reflexión. Todas las personas que intervinieron en la ceremonia coincidieron en señalar que este debe ser un espacio de reflexión. Me parece importante resaltar este aspecto en común porque alienta una actitud que no siempre está presente en el debate coyuntural sobre la materia. Vargas Llosa lo propuso como una mirada serena y equilibrada sobre el pasado, necesaria para asumir con firmeza un mayor compromiso con la paz y la democracia.

Presencias. La ceremonia estuvo muy concurrida, calculo que alrededor de 500 personas. Algunas importantes autoridades (el Vocal San Martín, la Defensora del Pueblo) y representantes diplomáticos dieron realce a la ceremonia. Algunas víctimas y familiares también estuvieron presentes, aunque en un número menor de lo que personalmente esperaba.

Quiero resaltar algo que simbólicamente me parece importante. En la mesa principal estuvieron varios participantes en las elecciones presidenciales de las últimas tres décadas. Alan García, triunfador de las elecciones de 1985 y 2006, y actual Presidente; Mario Vargas Llosa, competidor en las elecciones de 1990; Javier Pérez de Cuéllar quien lo hizo en las elecciones de 1995; y evocado por este último con palabras sentidas, Valentín Paniagua, Presidente durante el importante período de transición y en cuyo período – lo recordó Pérez de Cuéllar – se creó la Comisión de la Verdad.

En otras palabras, la ceremonia reunió a representantes de distintas tiendas políticas que han sostenido la democracia en estos años. Ausentes, más bien, quienes apostaron por destruirla o socavarla: subversivos y fujimoristas, estos últimos y sus medios afines además en abierta campaña contra el Museo.

Ausencias. Frente a presencias tan importantes, llama poderosamente la atención las ausencias que también fueron evidentes. Salvo el Canciller García Belaúnde, ni un solo Ministro de Estado asistió a la ceremonia. Tampoco se vio a congresistas ni a otros funcionarios identificados con el partido de gobierno. El Presidente García, por tanto, solo ante esta iniciativa, aunque no necesariamente suya a juzgar por su discurso que comento luego. La ausencia es también un mensaje: revela el lugar que las autoridades actuales le dan al tema, es decir cuán poco presente está en sus agendas, en sus preocupaciones, en sus prioridades.

Los discursos. Hubo de todo un poco. Para destacar, las intervenciones de Pilar Coll y Mario Vargas Llosa, las mejor trabajadas de toda la ceremonia; la emotividad del testimonio de Vanessa Quiroga, víctima del atentado en la calle Tarata; y la insatisfacción que me produjo el discurso del Presidente García.

En su discurso, Pilar Coll dejó de lado las expresiones protocolares y describió el significado del Museo como espacio de construcción de una memoria colectiva sobre el conflicto armado interno, que es a la vez un espacio que propiciará la reparación simbólica de las víctimas. Desde allí, señaló la necesidad de implementar las reparaciones individuales a las que las víctimas tienen derecho, tema al que este gobierno no le está dando la importancia debida, como tampoco a la labor del Consejo de Reparaciones, entidad que al quedarse sin presupuesto ha paralizado sus actividades, dejando a las víctimas sin uno de los mecanismos de reconocimiento simbólico.

Pilar y Vargas Llosa coincidieron en que este será un Museo "para todas las víctimas", con lo cual marcaron una diferencia más que sutil con el alcalde Masías y otros que antes de la ceremonia hablan sólo de las "víctimas del terrorismo". El escritor fue enfático en señalar que debe reflexionarse con serenidad sobre toda la historia. Fue importante, asimismo, cuando señaló que los cuestionamientos públicos hechos por quienes se oponen a este proyecto carecen de fundamento y son acusaciones "falsas de toda falsedad".

Frente a la contundencia del discurso de Vargas Llosa, la intervención del Presidente García fue improvisada, con algunos lugares comunes y lejos del discurso que se esperaría de un jefe de Estado involucrado en la materia. Se puede reconocer su intención de auspiciar un espacio que, retomando lo dicho por Vargas Llosa, aliente la reflexión serena sobre lo vivido y anime la pacificación de los espíritus para rechazar la violencia política, pero también toda forma de violencia expresada en las formas de discriminación y exclusión que aún permanecen en el país. Hasta allí bien, pero de la importancia de la justicia o el compromiso con las reparaciones, ni una palabra. Tan fuerte como las ausencias antes comentadas, las omisiones en el discurso lo sitúan como un gobernante que no se ubica desde el lugar de las víctimas (como sí es claro en el discurso de Pilar Coll) y que deja en manos de otros el encargo de avanzar en un tema que reconoce "espinoso". Se agradece la confianza en quienes sí creen, pero uno esperaría más en el discurso y en las decisiones que de él se derivan. No parece ser así…

Una (nueva) oportunidad perdida. Hace pocas semanas, el Presidente García realizó una ceremonia en Palacio de Gobierno en la que, antes decenas de autoridades comunales, entregó algunas reparaciones simbólicas y repartió donaciones entregadas por varios Ministerios. Esta era una oportunidad excelente para que el mandatario expresara una palabra en lógica de reconocimiento, reparación y reconciliación. Sin embargo, aprovechó la ocasión para discursear sobre los programas que estaba implementando el gobierno, confundiendo reparación y justicia con el desarrollo y con el acceso a servicios a los que los peruanos tienen derecho según lo establece la Constitución. El escenario era oportuno, pero se perdió aquella vez la oportunidad de realizar un gesto importante en ese sentido.

Ocurrió algo similar en esta oportunidad. Esta vez el auditorio no lo constituían las víctimas de la violencia o sus representantes, sino un público más variado. Por tanto, era una oportunidad para hablar al conjunto de la sociedad peruana con un mensaje trascendente. Los gestos y las palabras nuevamente brillaron por su ausencia. Nueva oportunidad perdida.

Hacia adelante. Pese a ello, debe valorarse la importancia de la ceremonia y del proceso que con ella se inicia. Al final, con el paso de los años, las críticas malsanas quedarán como asuntos de coyuntura de los que nadie se acordará, y quedará el peso del Informe de la CVR y de un Museo de la Memoria cuyo mensaje debe calar hondo en la conciencia de los peruanos y las peruanas.


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De palabras y violencias

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